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7/02/2017

El fantasma del Guáimaro del Alto Yuma


Santiago Villarreal Cuéllar

Los bramidos emitidos se asimilaban al de esos toros prietos llamando la manada para impedir el desvío de la vacada. Solo que en esas lejanas épocas no existía ganado vacuno en las estribaciones del Macizo colombiano, y cuando se escuchaba el terrible ruido, los aborígenes habitantes de las orillas del río Yuma (Magdalena) sabían muy bien de quien se trataba. Era el llanto del Guáimaro, buscando algún humano en las oscuras aguas, quizá un pescador desprevenido, o alguien bañándose en la oscuridad de la noche. El Guáimaro, espíritu tenebroso del Alto Yuma, se alimentaba de carne humana, y si era joven mucho mejor, y si ese cuerpo joven era de sexo femenino, el depredador gritaba feliz, dando gracias a los dioses de las tinieblas por permitir ese manjar exquisito que fortalecía su horroroso cuerpo, solo visto por unos pocos aborígenes que sobrevivieron milagrosamente para describir esa figura del más allá, del “otro lado,” de la Cuarta Dimensión Extrasensorial, como dirían siglos después los gnósticos y masones.

El Guáimaro se paseaba por el lecho del río, desde el lugar de origen hasta más allá del sitio llamado Pericongo, lugar de misterios, de muerte y sacrificios humanos, que aun hasta hace unos años fue el escenario de verdugos que torturaban a sus víctimas y luego los asesinaban, arrojándolos al abismo, convirtiéndolo así en cementerio de humanos anónimos.

Pero el tenebroso depredador también fue conocido en algunos países centroamericanos. En los densos bosques de Costa Rica, las selvas del norte de Guatemala y los húmedos rastrojos de los estados sureños de México, muchos abuelos cuentan el avistamiento de este terrible fantasma. Algunos recuerdan cómo de sus malolientes y arrugadas fauces, destilaban gruesos chorros viscosos, mitad saliva, mitad sangre humana. Con la llegada del invasor español, el Guáimaro alcanzó a probar algunos bocados de carne Ibérica, pero nunca llegó a comer todo el cuerpo de los intrusos. Parece que esa carne extranjera no era tan exquisita como la aborigen.             


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